Somos cuerpos dóciles que caminan hacia el vacío.
El vacío de no poder decidir,
Ese vacío tan vasto que nos conforma y nos aprisiona.
La norma, la ley, la imposición.
El mundo que nos enseña a ser de una forma
Que se nos representa ajena,
Irreconciliable, con este cuerpo que tenemos.
Este cuerpo que camina hacia todo lo que desea
Y tiene que detenerse porque sabe que de lo contrario
Será castigado.
Entonces se vuelve nicho
De todos los dolores.
Grita con fiebre, con frío, con sudor y con sangre.
Pierde la razón porque las razones no le sirven
para ser libre.
Quiere dejar de caminar con cadenas pero tiene miedo
De estar solo.
Siente culpa por necesitar responder a su esencia.
Por querer entregarse a sus pasiones sin límites.
Debería simplemente ser bueno
Y detenerse.
Pero sabe que la bondad es una de las caras menos conocidas del mal
Y no por eso la menos maligna.
La bondad es lo que lo obliga a pudrirse, a secarse.
La bondad lo enferma porque lo normativiza.
Necesita esconderse como un criminal o ahogar sus deseos.
De lo contrario será perseguido,
Todos los dedos apuntaran hacia él.
Lo acusaran.
Mejor quedarse callado antes de que las miradas
Lo maten.
Pero el silencio se vuelve el quiste que la piel repele.
¿Cómo puede ser comprendido si los otros cuerpos obedecen?
¿Es peligroso que escuche su voz?
Prefiere entregarse a eso.
Aunque lo proscriban, lo mutilen, lo ignoren o aniquilen.
No renunciará a su cuerpo.